jueves, 20 de marzo de 2008

Guatepeor y la antípoda de Hef

NO LE COMPRAMOS NINGUNA A LA SELECCIÓN MEXICANA DE FUTBOL, acaso sólo esas tablas de dos en Francia 98: Luis Hernández marcándole a Holanda al cinco para las 12 o el tanto de sentón de Cuauhtémoc ante la belga escuadra, operaciones de rescate. También nos decepciona la idiosincrasia del comentarista W, X, Y o Z de futbol de Televisa: la del "sí se puede" o "vamos muchachos", pero indefectiblemente miramos retazos de algún juego, más que nada porque tenemos dos hermanos pamboleros, "apasionados de verdad", dijera un corillo del Imperio de Azcárraga niño.

Abiertamente hemos exteriorizado nuestra antipatía por la Selección. No importa si el adversario es El Vaticano, los Emiratos Árabes o El Tíbet. De igual modo nos acodamos en su porra y maldecimos al oponente, nos miramos en el espejo, y sabemos que es un atentado también en nuestra contra, por ser mexicanos. Entonces nos resignamos, aunque refrendemos mi visión cada vez que observamos jugar al Tri.

El futuro no es lo que era, evocamos el título de Cebrián y González, y tampoco el futbol. La otrora "potencia" en el submundo que era México, desde hace tiempo es sólo pieza de los anales de la museografía o leitmotiv onanista de aficionado ciego.

Ya un axioma deprimente del comentarista W de Televisa señalaba para el juego contra los centroamericanos: Guatemala no gana -dijo, y alargó como si fuera cantautor bolero:- es México que pierde. Cuando concluyó la frase a nosotros se nos salió -discúlpenos- un pedo.

Esa sentencia nos hace cuadrar el conocido término ridículo de Guatepeor, o Guatepior. Pero ya cuando ello cristaliza no queda mas que agachar la cabeza como avestruz o portar máscara de papel estraza: ahora sí hubo Guatepior, ¡pero es que Guatemala es potencia!, claro, claro, ya todo se entiende!

Y más, cuando se sabe que México a balón parado tiene desempeños más lamentables que un niño de primaria frente a la prueba ENLACE, pero sobre todo cuando se apunta (¡así dijo el comentarista X de Televisa!) que los guatemaltecos son peligrosos con los centros al área. ¡Por favor! ¡Geográficamente son más mayas que México!, y la figura de Tito Monterroso los distingue, aunque México tenga a Armando Manzanero como gigante representativo.

Peligro el que había en Tayasal o Zactepén cuando los tiempos de Mesoamérica o si Laudrup le centraba a un atacante de 1.96m de altura, ¿pero peligro aéreo guatemalteco con el balón? Lo que si debemos considerar es que esa fue la razón del gol, y bueno, se justifica la lúcida teoría que aventaja, incluso, a Galilei. No en balde algo comparten guatemaltecos y mexicanos: el invento del cero, ¡pecado y progreso Maya en las matemáticas!, nulidad consagrada que abrazó a México. Nulidad, esa dona que formaba un campo acústico de improperios en la tribuna y la repetición de un nombre: Lavolpe, Lavolpe.
*
Nuestro hermano encendió la TV. El gol mexicano cayó rápido. El comentarista Y de Televisa ponderaba un alud, igual nuestro hermano. Entonces él se fue por unos panes a El Globo en parte por la "confianza" del triunfo, en parte porque México se estancaba. Le pulsaba la vena de la sien, probablemente.

Al encender nuevamente la TV, el empate había hecho del rostro de nuestro hermano una cruza de la ira y la incredulidad. Quizá lo mismo para el comentarista Z de Televisa porque su narración era más humilde, y el trueno del pa, pe, pi, po, pu, tirititito, aficionadeees menguaba hasta quedar disuelto como nuestro pedo de hace rato. Convenimos que a modo de tributo ese empate no tendría más repercusiones que el lamento, que vendrían mejores tiempos, y nuestro hermano se dolía, pero para nosotros era sinónimo de festejo.

(Fue entonces que hicimos zapping por algunos minutos, mientras veíamos a la rubia Angelique Boyer en una novela del Canal de las Estrellas mostrando una cola fascinante y unos pechos de fruta de temporada.)

Pero al regresar al juego, para el minuto ochenta y pico un 2-1 chapín en la pizarra le decoloró el rostro a nuestro hermanito. Quisimos monologar con sorna, en voz alta, sobre la trágica condición futbolística mexicana, evocar la caída en el Azteca
a cuchillo costarricense, al súcubo de barras y estrellas, incluso el protoacento madrileño de Hugo, entre otros, pero lo imaginamos comunicando con lenguaje de sordomudo y transfigurado en mimo obsceno.

Y que sepamos, la Selección para este torneo tiene el antecedente mediocre frente a Canadá. ¿Qué conjuro guadalupano hará que México tramite su pase al limbo cuando se enfrente a Haití que encima con Gustave y Saint Preux -medianamente por la vía de la fortuna- han hecho dos de los goles más poéticos del torneo?

La Selección, creemos, es más bien la antípoda de la figura de Hugh Hefner. Mientras el geronte de Chicago se le achacase su tenacidad viril, no le falla a conejita alguna que fije con la mirada; la Selección, presunta potencia de CONCACAF, apenas maniobra frente a equipos de hospicio, beneficiencias que al menos evolucionan y llevan como leyenda en la puerta: el futuro no es lo que era.

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