sábado, 22 de marzo de 2008

Un lobo

-Señorita, antes de acostarme me percaté que su trasero es como dos
bellas lunas llenas.
- . . .
-Y cuénteme, ¿hace ejercicio?
-A veces, a veces
-Actualmente yo no hago nada, pero ya me explico la turgencia de su carne.  ¿Qué tipo de deporte practica?
-. . .

Lo anterior sucede mientras la enfermera ajusta un aparato eléctrico para terapias musculares.  Estoy tendido sobre una cama bocabajo.  Ella adhiere unas ventosas en mi espalda y cuello, por donde transmitirá la electricidad.  Embarra un gel en mi piel, coloca esos transmisores y los sella con adhesivo para preparar el riego eléctrico que curará la lesión.

-Quería yo preguntarle, ¿le gustan?
-¿Hacer estas terapias?
-No, me refiero a sus nalgas como lunas llenas.  Son bellísimas. ¿Me permite?
- . . .

La enfermera ensaya el pase de electricidad a mi espalda y cuello.  Le cambia la voz y evidentemente frena mi osadía.

-¿Le duele, joven?
-Nada más un poco
-¿Ahora?
-Verdaderamente no
-¿Y así?

Al parecer mis comentarios sobre su poético trasero no le ha caído tan bien y decide electrocutarme poco a poco.  Mi cuerpo se contorsiona en horizontal, producto de los impulsos que dadivosamente la enfermera propaga con su aparato de médico medieval avanzado.  O tal vez el comentario le encantó, qué sé yo.  Una mujer difícilmente es pronosticada con acierto.

-¿Le gusta?
-En todo caso se referirá a si me GUSTAN
-¿Qué tanto le gustan, joven?
-Yo diría que como la voluptuosa mujer que estrelló al exgobernador de NY
-¿Yiu Lia Ni?
-Parece usted china, pero no: hablo de Spitzer. Eliot Spitzer
-¡Ah!, ese desgraciado
-Más bien afortunado y de buen gusto.  Fíjese que yo. . .

La enfermera me palmea la región lumbar y 1/64 de nalga y no le interesa saber mi postura sobre la meretriz Kristen.  Por primera vez parece divertida o celosa. Sube y baja el riego eléctrico. Tomo aire.

-Y dígame, señorita, ¿qué tipo de deportes practica?
-Extremos y de contacto
-Muy interesante.  ¿Lo ha intentado en el consultorio también?
-Ja ja ja

Mi voz es trémula.  De nuevo aumenta la corriente y ensaya mi tolerancia al dolor. Los impulsos hacen que mis brazos se muevan involuntariamente y mi figura es como la de un cuadrúpedo recién nacido o un cuerpo cerca de ser descoyuntado.  ¿Señorita?  Dígame.  Soy un licántropo que enloquece con el resplandor de esas lunas a su reverso.  ¿Me permite?  Un licántropo no pide permiso.  Acérquese más. Me siento y la miro a los ojos, pero no por mucho tiempo.

Mis caricias en su cola son irregulares.  Apenas aprieto con fuerza seguidamente cambia mi postura porque el mando que sostiene conduce electricidad en mi cuerpo.  ¿Podría bajar la intensidad de los toques?  Pero le seguirá doliendo el cuello, joven.  No seré el único con un dolor muscular.  Presiono su nalga con la mano completa como si quisiera acarrear algún líquido.  Mi mano penetra. ¡Ay!, exclama. Discúlpeme, pero es necesario.  Lo sé.

En unos pedestales del consultorio hay monedas regadas.  El perchero guarda mi ropa y un espejo lateral me permite ver el
accionamiento de su mano en su carne también.  Su perfil se aja en gestos que propaga en esta ocasión la electricidad de mi mano. Soy yo quien ahora tortura.

Y pensar que usted.  ¿Verdad que sí?  Sí.  Entonces su pantalón queda descompuesto en el suelo.  Tomo una moneda del pedestal y recorro la apertura de sus nalgas antes tensada por el hilo enmarañado que descansa junto a su pantalón.

-¿Es de plata?
-Decía que parecían lunas llenas
-Me refería a esta moneda

Ahora nada dice. Degluto sus labios y persisto al apretar su reverso.  Sin objeciones se vence ante la fruición, pero creo que esa moneda argéntica es el remedio que tiene para deshacerse de mi, súbitamente.  Recorro su entrada curveada como si girara la perilla de combinaciones de una caja fuerte. En el reflejo su rostro es difuso y extiende la mano para abrir un cajón.

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